Extensión provisional de una acera en Auckland, Nueva Zelanda (Foto: SUPPLIED)

El pasado octubre de 2019, poco antes de que empezáramos a saber de la existencia de una enfermedad llamada COVID-19, se publicó el libro «Changing Places. The Science and Art of New Urban Planning» (Princeton University Press, 2.019). Un trabajo escrito a seis manos entre un criminólogo, un epidemiólogo y un profesor de políticas públicas, lo que ya de entrada demuestra que planeamiento y diseño urbanístico es un asunto transversal, sin ser el monopolio de ninguna disciplina concreta. La lección fundamental del libro es que el diseño de todos los aspectos del paisaje urbano, desde las calles y las aceras hasta los espacios verdes, el tráfico y la vivienda, influyen en la salud y la seguridad de las personas que viven en ella. Un aspecto que, como dicen los mismos autores de inicio, “Despite its importance, too often policy makers forget that design of places is a viable, leading opportunity for positively shaping people’s lives.”.

El COVID-19 es ya una pandemia de dimensiones globales; una tragedia humana que ha causado la muerte de miles de personas y afectado la vida cotidiana de millones de otros. Una crisis en toda regla de final incierto, por mucho que el espejismo de ciertas mejoras ambientales puedan aliviar los efectos temporalmente. La incertidumbre es enorme, efectivamente, pero una de las pocas evidencias de que disponemos es que la calidad del hábitat -el lugar- importa, ya sea el espacio privado o el público. No es una novedad, pero ahora mismo lo vemos con mayor nitidez.

El confinamiento nos ha recluido en la ciudad doméstica y nos ha privado momentáneamente de la ciudad pública. Esto ha permitido poner de relieve que las viviendas que disponen de espacios exteriores, tales como balcones o terrazas, favorecen las condiciones de cuarentena de las personas que viven, significando un primer punto de desigualdad social. Pero el espacio público no se queda atrás, ya que el diseño y el reparto del espacio es determinante, como dicen los autores de «Changing Places». Es un buen momento para repensar el espacio público?

Es muy pronto para saber cómo será la vida después de la pandemia. Nos recluyen en nosotros mismos? Ganará adeptos la vivienda unifamiliar aislada en detrimento de la ciudad densa? Nos moveremos más en vehículo privado por miedo a coger el transporte público? Habrá un «retorno al campo»? Preguntas aún sin respuesta, por mucho que podamos tener intuiciones y hasta una débil evidencia. Sin embargo, la crisis también puede servir como catalizador del cambio, para impulsar políticas públicas modernizadoras que pongan el énfasis en la transformación del espacio físico urbano, de acuerdo con tres principios: sostenibilidad, salud y equidad, a los que podemos añadir el impulso a la economía urbana. Las estrategias y medidas pueden ser coyunturales, a corto plazo, y estructurales, con voluntad de permanencia.

Las primeras, de tipo coyuntural y provisional, están relacionadas con la salida gradual del confinamiento y se basan en aumentar la distancia social para disminuir los contagios. Las estamos viendo en múltiples ciudades del planeta, desde EEUU a Nueva Zelanda, pasando por Europa. A grandes rasgos, algunas de las medidas posibles son las siguientes:

– Cierre temporal de calles al tráfico rodado para favorecer el paso de peatones y la distancia social.

– Ampliar las zonas de uso compartido entre vehículos y peatones, limitando provisionalmente la velocidad de los primeros.

– Uso del urbanismo táctico para delimitar espacios, priorizando a peatones y ciclistas.

– Extensión del espacio destinado a acera. Por ejemplo, eliminando temporalmente las hileras de aparcamiento adyacentes.

– Pintar carriles bici provisionales para incentivar los desplazamientos en bicicleta.

A largo plazo, las actuaciones pueden convertirse en estructurales, adquiriendo un carácter permanente. El objetivo también es facilitar el paso de peatones y de vehículos de cero o bajas emisiones, preferentemente la bicicleta. Aquí ya no se trata tanto de mantener la distancia social, sino de disminuir la contaminación y mitigar los costes de ésta sobre la calidad ambiental, incluyendo la salud. En este sentido, también hay cierta evidencia de que la polución podría tener correlación con el grado de mortalidad del COVID-19.

La estrategia pasa también para corregir el reparto actual del espacio urbano, actualmente con un claro sesgo a favor del coche. Colateralmente, la aplicación de las medidas relacionadas debe permitir ampliar la dotación de espacios públicos, útiles para realizar toda una serie de actividades exteriores beneficiosas para la salud: desde juegos infantiles hasta la práctica de deportes al aire libre, pasando por todo el medio posible, incluyendo aquellos espacios que, sencillamente, permitan pasar el rato descansando o tomando el sol.

Se crea, pues, un círculo virtuoso para la salud, ya que por un lado fomentan una vida sana y por la otra disminuyen los costes externos propios de los entornos urbanos. El uso de métodos propios del llamado «Placemaking» favorecen la transición hacia el nuevo modelo y facilitan la aplicación de las medidas estructurales, ya que parten de una implicación activa de la ciudadanía. El proyecto se ve como un proceso participado, donde se valoran los diferentes puntos de vista sin perder de vista cuál es el objetivo final, que es hacer efectivas aquellas soluciones que combinen sostenibilidad, salud y equidad.

Desde NSF Consultoría de Ciudad podemos asesorar o, directamente, elaborar la estrategia concreta para su municipio, incluyendo el diseño del espacio físico. A partir de un riguroso estudio de cada caso concreto y nutriéndonos de profesionales de diversas disciplinas, ofrecemos soluciones prácticas y adaptadas. No dude en ponerse en contacto y pedir opinión.